Monseñor Gremoli, vicario apostólico en Arabia, asegura que la convivencia entre musulmanes y cristianos es posible. «En los demás países de la península arábiga la situación para los católicos es favorable», afirma el prelado emérito.
«Esta atmósfera crispada por las viñetas contra Mahoma es terrible. Cristianos y musulmanes asesinados, iglesias y mezquitas destruidas... Debemos condenar todas estas violencias, no tienen justificación. Aunque hemos de afirmar con claridad meridiana que no se puede ofender ninguna religión ni ningún símbolo religioso. La violencia sólo genera violencia». Monseñor Giovanni Gremoli, vicario apostólico emérito, se muestra muy preocupado por el cariz que están tomando las relaciones entre el mundo islámico y Occidente, y así lo ha relatado a la revista italiana «30 Giorni».
Cuando en 1976 llegó al vicariato apostólico de Arabia, la situación -recuerda- «era crítica». «Había pocos sacerdotes, unos once, pocos lugares de culto y era el momento del “boom” petrolífero». Gracias a su labor al frente del vicariato, hoy desempeñan allí su misión 48 sacerdotes. A pesar de las dificultades, se logró construir once iglesias y complejos parroquiales, todos en terrenos concedidos gratuitamente por las autoridades: «Los gobernantes apreciaron la buena conducta de los católicos, que siempre observaron las reglas de convivencia locales y demostraron un fervor religioso que impresionó positivamente a las autoridades locales», rememora.
Católicos en el desierto
Asegura monseñor Gremoli que las alegrías han sido muchas, pero también ha vivido momentos difíciles: «Pienso sobre todo en el dolor provocado por el bárbaro asesinato de las tres religiosas en Yemen. Y a pesar de todo el apoyo que hemos recibido de las autoridades para tener lugares de culto, no hemos podido asegurarle una adecuada asistencia religiosa a un gran número de católicos, garantizarles un lugar apropiado para las celebraciones. Me refiero a los católicos que viven en el desierto, en los campos de trabajo de las conducciones petrolíferas o en las plataformas», se lamenta.
Pero el problema más grave se sitúa en Arabia Saudí, donde reina una rígida monarquía absoluta. Sus habitantes son wahabitas, ortodoxos e intransigentes. Se consideran los guardianes de los lugares santos de La Meca y de Medina y consideran toda Arabia como un lugar santo musulmán donde no puede ser admitido ningún otro culto: «Más de la mitad de nuestros católicos vive y trabaja allí. Es una zona que recuerda algo el tiempo de las catacumbas. Oficialmente los sacerdotes no pueden entrar y no están admitidas celebraciones públicas, sólo se puede celebrar misa en las embajadas. Los católicos pueden rezar sólo en sus casas, sin reunirse con otras personas, incluso si son parientes o amigos. Entre 1979 y 1985 algunos sacerdotes fueron descubiertos, arrestados, encarcelados y expulsados. Muchos cristianos, sorprendidos mientras rezaban, han recibido el mismo trato. En Arabia existe una policía religiosa muy eficaz, que interviene inmediatamente cuando sospecha que se está celebrando una reunión religiosa no islámica. Todos los intentos realizados por la Santa Sede y especialmente por Juan Pablo II para mejorar esta situación no han dado hasta ahora ningún resultado positivo», se lamenta. Sin embargo, la situación en los demás países de la península arábiga es muy diferente: «Bahrein ha sido siempre benévolo con los católicos. Además del rey de Bahrein, que favoreció la construcción de iglesias, también merecen un recuerdo especial el emir de Qatar y el sultán de Omán. Personalidades que han sido muy benévolas con los católicos y que merecen ser conocidas», sostiene el prelado.
Cristianos que rezan a Alá
«Hacen falta dos cosas: el diálogo y un mayor conocimiento recíproco», asegura monseñor Gremoli. «Diálogo sobre todo en temas religiosos; promover la libertad de culto y el respeto de los símbolos de las diversas religiones. Hay mucha ignorancia en ambas partes. No todos saben, por ejemplo, que también los cristianos árabes se dirigen en sus oraciones al Señor llamándolo “Alá”. Así que, cuando los cristianos occidentales ironizan sobre Alá, en realidad ofenden también a los cristianos árabes», explica. «Hay que ser realistas. No podemos pretender la reciprocidad sobre cosas de las que a veces no gozan ni siquiera grupos musulmanes que son una minoría en sus países islámicos. Lo esencial es la libertad de poder practicar la propia religión, de tener un lugar de culto, y de ser respetados como hijos de Dios», concluye.