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Católicos y vida pública

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Bandera portuguesa en LisboaDesde hoy viernes y hasta el próximo domingo se va a celebrar en Madrid el X Congreso Católicos y Vida Pública organizado por la Fundación Universitaria San Pablo CEU y la Asociación Católica de Propagandistas. Transcurrida una década, este Congreso se ha convertido ya en un referente para el catolicismo social y en un lugar de encuentro, tanto de católicos como de personas que no lo son, en torno a diferentes cuestiones íntimamente relacionadas con la dimensión y proyección pública de la fe.

Algunos pueden preguntarse por qué es necesario este tipo de Congresos en un sociedad laica; otros pueden interpelarse sobre los fundamentos de ese binomio católicos y vida pública y los más intolerantes descalificarán iniciativas de este tipo con el pseudo argumento de que vivimos en un Estado laico y aconfesional donde la fe, según ellos, debe de reducirse al ámbito estrictamente privado. Como resulta imposible en tan pocas líneas contestar a todas las interrogantes que esta cuestión suscita, intentaré esbozar sólo algunos argumentos. En primer lugar, el proyecto radical laicista pilotado por el actual Gobierno pretende arrinconar cuando no eliminar cualquier valor religioso o moral de la sociedad española. Se busca «ir configurando una sociedad, que en sus elementos sociales y públicos, se enfrenta con los valores más fundamentales de nuestra cultura, deja sin raíces a instituciones tan fundamentales como el matrimonio y la familia, diluye los fundamentos de la vida moral y de la solidaridad, y sitúa a los cristianos en un mundo culturalmente extraño y hostil». Parece superfluo enumerar las iniciativas legislativas ya adoptadas por el actual Gobierno que certifican punto por punto lo apuntado por la Conferencia Episcopal.

En segundo lugar, ese laicismo busca en el fondo conseguir una sociedad sin Dios, sin valores religiosos ni referencias morales y por eso, entre otras manifestaciones de su intolerancia, niega a los católicos el derecho a expresar públicamente su fe. En el fondo, les gustaría una vuelta de estos a las catacumbas o, como mínimo, limitar su actuación al reducido espacio de una sacristía. Pedirle a un católico que renuncie a que la fe ilumine toda su actuación es de alguna manera invitarle a que sea un poco esquizofrénico, a que lleve como una especie de doble vida. ¿Se le pide a un político que solo haga y hable de política en el Parlamento o en el Ayuntamiento?

La fe no se impone, se propone. Pero el respeto a la libertad religiosa, a la libertad de las conciencias; el respeto a quien piensa, también en materia religiosa, de manera distinta, debe ser un presupuesto básico de la actuación de los poderes públicos en una sociedad libre y democrática.

Fuente: Diario de Burgos, 21 de noviembre de 2008

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